viernes, 30 de mayo de 2008

Los viajes en tren... de Reverte

Uno cree que conoce el mundo y luego resulta que no es para tanto. La verdad es que la Tierra se ensancha más y más según la caminas y, al contrario de lo que pudiera pensarse sobre los viajeros, lo cierto es que nuestra sensación es que el planeta constituye un territorio infinito y que harían falta al menos cien vidas para conocerlo un poco. Por otra parte, la sensación no resulta maligna, ni mucho menos, porque uno acaba creyendo que la reencarnación es posible si uno se empeña en la tarea de cumplir un destino: ver con tus propios ojos la Tierra toda y navegar cada uno de sus ma re s. ¡Pobre alma soñador a la de los humanos! Estas reflexiones algo disparatadas me las hago después de comprar y abrir un libro que me ha dado mucho que pensar y que recordar: La edad de oro del viaje en tren, de un tal Patrick Poivre d’Arvor, que podría traducirse como Patricio Pimienta de Arvor, un nombre sin duda algo extraño.
El libro no es sólo un simple recorrido de los itinerarios clásicos de trenes de leyenda sino que a través de sus páginas uno también viaja a bordo de los textos de grandes escritores, como Henry Bataille, Blaise Cendrars, Paul Morand, Jack London, Evelyn Waugh, Karen Blixen, Colette, Jean Cocteau o Agatha Christie, por citar tan sólo a unos cuantos. La literatura y el tren resultan inseparables a lo largo de la historia de los últimos ciento cincuenta años, porque el tren se hizo en ese tiempo vida y viaje al mismo tiempo.
Fíjese el lector de qué trenes se habla en este libro: el Toy de Darjeeling, en la India Oriental; el Orient Express, desde Londres hasta Asia; el Canadiense, de este a oeste del sur de Canadá; el Transiberiano, de Moscú hasta las costas del Pacífico asiático; el Lunático, de Mombasa a Nairobi; el Train Bleu, de Calais a Niza; el Blue Train, que va del norte de Suráfrica al sur del país; el California Zephyr, que atraviesa Estados Unidos entre Chicago y Emeryville (California); el Palace on Wheels, que recorre en varios ramales el noroeste de la India; el Eastern y Oriental Express, de Tailandia a Singapur; y los pequeños trenes de los Andes, que van, uno de ellos, del puerto de Callao a Huancayo, en Perú, y el segundo entre Puno y Machu Picchu, también peruano. Vuelvo a decir lo que al principio señalaba: uno se cree viajero bien trotado, pero al abrir libros como éste y pensar cuáles de esas geografías conoce, se siente un abrumado ser sedentario. De todos los trenes citados, yo sólo he viajado en el Lunático, entre Mombasa y Nairobi, y en el Canadiense, entre Vancouver y Québec. Y eso que llevo media vida viajando intensamente. ¿Vagabundo yo?, me pregunto. ¡Madre mía!
Ello, sin embargo, no le quita nada de valor al sueño. Al contrario: abre algunas nuevas vías –y nunca mejor dicho que ahora– a la imaginación y al futuro que puede aguardarnos. Además de eso, entre todos los medios de transporte, sin duda el tren es el más humano, el más próximo a nuestra sensación de viaje, ya que marcha pegado a la tierra, cerca de la vida, y con espacio suficiente en su interior para moverse con holgura. “Bestia humana”, llamaba Émile Zola a las locomotoras. “¡Oh, los vagones apagados en donde se oyen las respiraciones…!”, cantaba en un poema Henri Bataille.
El libro nos cuenta historias de trenes y de rutas. Y de invenciones, como la de George Mortimer Pullman, el americano que diseñó los primeros vagones con literas, o el belga Georges Nagelmackers, que perfeccionó el invento y creó los compartimentos cerrados, los actuales coches-cama.
Naturalmente que esta obra sólo se refiere a los trenes de lujo (no sé hasta qué punto el Lunático de Mombasa puede ser considerado como tal). A mí me queda el consuelo de conocer otros menos famosos y más pobres, pero al menos tan humanos: el de Matadi, en el Congo, o el que cruza la barriga de Tanzania, de Dar-es-Salaam a Mwanza…
30/01/2008 - Javier Reverte (link)

La música la pone Andrés Dobarro con "O tren"

3 comentarios:

Zorro de Segovia dijo...

curioso artículo. No soy muy de Reverte, pero le reconozco que sus descripciones enganchan. La literatura de viajes es complicada. Has de poner al lector no sobre el hilo de una historia, sino dentro de un paisaje. ¿Cómo se escribe sobre un olor determinado, sobre un sabor? Díficil tarea la de este hombre.

Anónimo dijo...

y no habla del feve???
bueno, de los pocos viajes entren que he hecho, el más largo fueron 14 horas para 600 km... velocidad pasmosa. Inolvidable, y aún así lo pasamos bien.
A mí tb me gustaría cuando muera irme por todo el mundo a ver lo que no he podido ver, y sobre todo poder vivir otras épocas de la historia. Aparte de otras...
Zorro, ya que hablas de los olores, yo antes no le daba demasiada importancia, pero a medida que pasa el tiempo me doy cuenta del poder evocador que tienen. Y por supuesto describirlos es complicado. Buena pregunta.
Buen fin de semana

Anónimo dijo...

Pues yo creo que la única vez que he viajado en tren ha sido de Cuzco a Machu Pichu. Fue un viaje de 3 horas, horrible. Se hace pesado por la lentitud del tren. Eso si, el paisaje se va haciendo cada vez más interesante conforme uno se va acercando al increible y mágico destino de Machu Pichu.

Saludos

Juane