Tenemos, por ejemplo, la tendencia a "vivir con fuerza", a reaccionar con especial intensidad - lo mismo "devocional" que hostil, según los casos - ante cualquier estímulo: el tomar a pecho, el hacer cuestión, el conceder la máxima importancia a lo que para otros individuos o colectividades resultaría más accidental. Con el "tomar a pecho" podríamos relacionar su exacerbado sentido del honor, la negativa total (orgullosa, heroica, cerril, según los casos también) a pasar por las horcas caudinas. ¡Por aquí no paso! Tenemos el idealismo, el quijotismo, la facilidad para dejarnos arrebatar por una causa que sentimos - ella y ninguna otra - noble y justa, hasta entregar por ella alma, sangre y vida. El siglo de don Quijote está lleno de hechos - algunos de entre los más admirables del mundo - de esta capacidad de darlo todo por algo; pero lo mismo podríamos encontrar rasgos de esta cualidad entre los numantinos, los fideles y gardingos, los mártires de la época de san Eulogio, los defensores de Zaragoza y Gerona, o los luchadores por cualquiera de los dos bandos en la última guerra civil. Sin la capacidad de los españoles por abrazarse a un ideal hasta las postreras consecuencias sería muy difícil comprender un capítulo cualquiera de la Historia de España.
Podríamos, por otro lado, espigar el partidismo, el individualismo difícilmente reductible, la actitud intransigente, la escasa dosis de capacidad dialogante entre parcialidades contrapuestas, "la estúpida bandera del todo o nada", que tanto molestaba a Cánovas de los españoles de su tiempo, pero que en absoluto fue patrimonio de los españoles del tiempo de Cánovas. Por esta proclividad hacia encastillamientos recíprocos debe ser la Historia de España tan abundosa, no ya en situaciones de guerra civil, sino en situaciones - siguiendo la terminología de Stone - de "guerra interna": entendiendo por guerra interna una actitud radical de no entendimiento entre las partes, que de hecho puede desembocar o no en una guerra civil declarada. Con esta modalidad cabe relacionar a su vez otro orden de realidades caracteriológicas, que tendrían algo que ver con palabras como "combatividad", "polemismo", "inconformismo": la facilidad para enzarzarse en querellas - contra foráneos o contra connacionales - por absoluta incompatibilidad con sus actitudes; el gusto por la oposición, el despecho del "no juego" que achacó Winston Churchill a los españoles que aspiraban a entrar en la vida pública, siempre con la condición de que otros españoles se retirasen de ella; el "muera...!" que tanto escandalizaba a Joaquín Costa o a Antonio Maura, o el "anti" que crispaba los nervios de don Miguel de Unamuno.
José Luis Comellas, catedrático de Historia Contemporánea de España en la Universidad de Sevilla. Publicado en 1985 "Historia de España" Carroggio, S.A. de Ediciones.
Con genial música de don Manuel de Falla... la Danza nº1 de la "La vida breve"
2 comentarios:
¿Según esto somos un país de cabrones? No sé, pero me da la sensación de que somos bastante chulos, eso sí.
Pero España mola, tiene de todo, y se vive bastante bien. Si no fuese por las gilipolleces políticas...
Con lo de "luchadores por cualquiera de los dos bandos en la última guerra civil" te has mojado, ándate con ojo que te cierran el blog...¿no ves que eso no es políticamente correcto?
No creo que lo que escribe el Historiador diga que somos un país de cabrones. Sí de intransigentes y eso es una evidencia, más en los tiempos que vivimos. Gustan mucho las trincheras, gusta mucho tener TODA la razón y la persona o grupo de enfrente no es un rival, si no que es un enemigo. Y hay que arrasarlo. Es un grave defecto.
Lo de la guerra civil, pues una cosa indiscutible (salvo por quien también quiera discutir la ley de la gravedad) es que el golpe de estado lo dieron los "nacionales" contra un gobierno legítimo republicano y otra cosa es que muchos soldados de a pie no pudieron elegir bando y les tocó pelear donde les tocó, tanto en un sitio como en otro. Como casi siempre.
Publicar un comentario